viernes, agosto 04, 2006

Carta de un lector sobre plagio académico

La semana pasada nos escribió Cristian Berrío Zapata y como hemos hecho en anteriores oportunidades con envíos de otros lectores, publicamos su carta y los comentarios que nos solicita.

De: Cristian Berrío Zapata
Para: Plagio académico
Fecha: 27-jul-2006 16:50
Asunto: La limitación a la responsabilidad en los casos de plagio jueves, 27 de julio de 2006 (Uuuups encontre como enviarles el texto...)

He estado revisando este tema movido por la angustia que me ha generado el caso reciente de varios de mis compañeros docentes, expulsados de la universidad por un caso de plagio. Sé por información de primera mano, que en buena fe cinco de ellos aceptaron el aporte de un sexto quien incluyó una extensa copia sin citar de un artículo ya publicado. Dado que esta persona afirmó que este material era de su autoría, sus compañeros no dudaron en incluirlo en el trabajo. Unos días después, cuando se detectó la copia, fueron expulsados de la institución de forma tajante.
Consideró que la actividad académica e investigativa está construida sobre la transacción de información y perspectivas, que permite construir conocimiento. La base de estas transacciones es la máxima buena fe; no es viable construir redes del conocimiento si se exige la revisión permanente de las contribuciones de nuestros compañeros para precaver ese sobre posibles plagios; esto ni construye relaciones de mis energías ni es costo eficiente a nivel productivo.
Si lo anterior es cierto, todo caso del plagio necesariamente implica la determinación de la responsabilidad individual de quienes suscriben el artículo, ya que por definición este fenómeno debe incluir el conocimiento y entendimiento de lo que se está haciendo al robar propiedad intelectual. Teniendo en cuenta que toda persona es inocente hasta que se pruebe lo contrario, no podemos presuponer que todos los que suscriben el texto plagiario tuvieron o tienen conocimiento del origen de todas las partes integrantes del texto.
Por otro lado, lo poco que he investigado sobre el tema hasta ahora me lleva a concluir que el fenómeno del plagio se ha abordado de la manera más simplista y fácil: a través de la generación de chivos expiatorios. Esto no le restar culpabilidad a quien con conocimiento de causa roba propiedad intelectual, pero si llama la atención sobre las condiciones de entorno que facilitan o presionan este tipo de acciones. Con esto no me quiero referir a la cacareada crisis moral de nuestro medio, la cual por supuesto hace parte de la situación. Me quiero referir a la proletarización de la educación en donde el docente se ha convertido en un obrero, bajo las condiciones del obrero manufacturero de la revolución industrial tan bien descrita por Dickens, quien presionado por sus urgencias económicas enfrenta cargas académicas enormes y de múltiples naturalezas (de hecho en el medio se ha acuñado una expresión muy sarcástica que ha cambiado el término "profesor de tiempo completo" a "profesor de tiempo repleto"). Sobre esta base, la generación de productos literarios o de investigación no es visto como un desarrollo para el espíritu sino como otra carga adicional, asignada de manera externa al docente según los requerimientos de las instituciones empleadoras que buscan responder así a las requerimientos recientes de la acreditación y auto evaluación educativa.
Me gustaría conocer sus opiniones al respecto ya que en Colombia, desde que uno de estos casos llegó niveles de la corte constitucional, se ha desatado una cacería de brujas que confunde el rigor académico con el terror académico. Nuestro sistema educativo está enfermo, pero las instituciones que lo conforman no quieren aceptar su corresponsabilidad en la enfermedad y abordan temas como el del plagio desde una perspectiva moralista e inquisidora.
¿Como podemos generar instancias justas que permitan delimitar la responsabilidad individual en casos de plagio, en una actividad grupal y de redes sociales como es la producción de conocimiento?
¿Cómo podemos promover investigación sobre el comportamiento del sector educativo para identificar las condiciones que están empujando o facilitando el desarrollo del plagio, sin caer en el simplismo moralista o en la cantaleta enjuiciadora que busca encontrar chivos expiatorios a las abrumadoras imperfecciones del sistema?

NOTA: espero tener el beneficio de los comentarios de los señores Alejandra Zamosc y Deliverio Gillette, ya que ni estupidez tecnológica me ha impedido encontrar forma de copiar este pequeño texto a su blog.

Cristian Berrío Zapata

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Agradecemos a Berrío Zapata el envío de sus apreciaciones y pasamos a comentar algunos de sus tópicos, varios de los cuales ya abordamos en este sitio: "Crimen y castigo vs. responsabilidad editorial", "Sobre plagio académico y responsabilidad docente" y "La culpa no es (sólo) del chancho", entre muchos otros artículos.
No conocemos las particularidades del caso referido pero creemos que -excepto si se tratara de un compilado de trabajos suscriptos por distintos autores- una producción colectiva compromete una responsabilidad colectiva, más allá de los modos en que se identifique y distribuya al interior de esa sociedad autoral: quien suscribe un trabajo grupal debería tomar los mínimos recaudos de saber qué firma y con quién. Ignoramos qué políticas y acciones concretas constituirían "una cacería de brujas" pero la sanción a falsos autores de trabajos plagiados parece ser una medida elemental de responsabilidad institucional. Otra cuestión es si la expulsión de esos docentes implicados ha sido justa, si el caso se ha investigado de modo exhaustivo e imparcial y si los firmantes han tenido derecho a su descargo pero, por supuesto, no podemos opinar sobre lo que no sabemos ni nos compete.
No nos parece que las transacciones implicadas en la construcción de conocimiento deban basarse en "la máxima buena fe". El tema de la buena fe como regla de oro de la producción y difusión del saber académico ya ha sido planteado por algunos lectores y oportunamente discutido. Creemos, por el contrario, que la producción de conocimiento en general y de saber científico en particular, reclama una sana actitud de desconfianza: nunca hay previsiones, revisiones, discusiones ni contrastaciones que estén de más y la ecuación costo eficiente de la productividad del saber social es históricamente negativa. Esa desconfianza no refiere al permanente cuestionamiento ético de cada colega sino a la originalidad de cada hallazgo propio o ajeno, a las cauciones del método instrumentado, a la pertinencia de las teorías convocadas, a la relación insoslayable con el estado del arte, a la necesaria adecuación a objetivos y objetos, etc. En este marco, deberíamos poder presuponer que quienes suscriben un texto han elaborado un producto conjunto basado en un efectivo trabajo conjunto. No concebimos el resultado de una investigación académica como un collage de segmentos textuales sino como el producto de un proceso extenso, articulado, trabajoso, muchas veces mal remunerado y otras muchas no remunerado.
En algún aspecto podría hablarse de "proletarización" de la docencia contemporánea pero creemos que el fenómeno no explica ni justifica el delito de plagio del mismo modo que la producción industrial capitalista no explica ni justifica que el obrero obligado a la fabricación de tornillos los robe del depósito de una industria vecina. Tampoco otro fenómeno que consideramos más extendido que la eventual "proletarización" docente: la burocratización de la institución y actividad académica. En efecto, los "requerimientos recientes de la acreditación y autoevaluación educativa" consisten en la acumulación indiscriminada de certificados sujetos a criterios formales de valoración. La baja o nula calidad de la educación y la investigación suele entonces disimularse bajo una creciente cantidad de papeles presentados y en esa suerte de carrera administrativo- cuantitativa, diez publicaciones suelen pesar diez veces más que una, más allá de su pertinencia, rigor y/u originalidad.
En relación a la última pregunta que formula Berrío Zapata, las condiciones facilitadoras del plagio académico están dadas, entre otras, por el comportamiento de una parte del sector académico: el que se expresa mediante decenas de revistas científicas que no parecen revisar las colaboraciones que reciben ni los antecedentes de sus espontáneos colaboradores y -lo que es mucho más grave- sostienen los plagios en sus publicaciones tras la demostración pública de su carácter. Esta activa complicidad en el fraude académico es condición de la materialización, extensión y circulación del plagio y parece ser práctica habitual de un sector significativo de las actuales ciencias sociales y es probable que también de otras.
Consideramos -y también algunos lectores, autores y editores- que este sitio contribuye de manera humilde, acotada y puntual con la necesaria identificación de esas condiciones. No creemos que pueda investigarse todo el plagio académico en todo el mundo académico sino a partir de la indagación prolija, rigurosa, detallada de uno, dos, tres casos lo cual no es poco. Nos hemos restringido a una firma, la de Ricardo Ramírez Suárez, y mostramos que una veintena de revistas académicas difunden sus numerosos fraudes. Asimismo, repetimos innumerables veces que, más allá de su evidente responsabilidad, Ramírez Suárez -o cualquier otro individuo- no es ni puede ser chivo expiatorio porque el reconocimiento de sus plagios no expía en modo alguno la responsabilidad de sus editores y, a través de ellos, la de revistas académicas, centros de investigación, asociaciones profesionales, instituciones científicas y universidades auspiciantes.
Algunas de estas instituciones quizás sí estimen que un plagiario -supuestamente excepcional- puede expiar sus vicios funcionales, errores editoriales y desidias diversas pero, hay que decirlo, la mayoría ni siquiera parece considerarlo.

Nota: No se trata de "estupidez tecnológica": no es técnicamente posible, excepto para los editores, incluir textos en estas páginas.

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