Lo que sucedió a un rey con los burladores que hicieron el plagio
Burladores y granujas
"-Patronio, un hombre me ha propuesto un asunto muy importante, que será muy provechoso para mí; pero me pide que no lo sepa ninguna persona, por mucha confianza que yo tenga en ella, y tanto me encarece el secreto que afirma que puedo perder mi hacienda y mi vida, si se lo descubro a alguien. Como yo sé que por vuestro claro entendimiento ninguno os propondría algo que fuera engaño o burla, os ruego que me digáis vuestra opinión sobre este asunto.
"-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para que sepáis lo que más os conviene hacer en este negocio, me gustaría contaros lo que sucedió a un rey moro con tres pícaros granujas que llegaron a palacio".
Hace casi siete siglos que el infante Juan Manuel incluyó esta famosa historia -seguramente anónima y mucho más antigua- en El Conde Lucanor bajo el título “Lo que sucedió a un rey con los burladores que hicieron el paño”.
Como se sabe, pícaros, granujas y burladores siempre hubo, asimismo negocios provechosos basados en secretos compartidos y cantidad de gente dispuesta a sostener engaños afirmando que ve maravillosos trajes donde sólo hay desnudeces rotundas.
Plagiarios y plagiados
Ya señalamos que en nuestro trabajo identificamos y constatamos 33 (treinta y tres) fraudes suscriptos por Ricardo Ramírez Suárez y publicados por 19 (diecinueve) revistas académicas y también mencionamos otros 10 (diez) textos firmados por el falso autor y editados por otras 7 (siete) publicaciones.
Si bien estas revistas e instituciones no estaban en modo alguno obligadas a responder nuestros envíos, la cantidad de respuestas recibidas y oportunamente publicadas superó nuestras expectativas iniciales. Más allá de sus diversos caracteres y resultados, 11 (once) publicaciones involucradas nos remitieron algún acuse de recibo: 9 (nueve) desde la apertura de este sitio y otras 2 (dos) a mediados de 2004, cuando pusimos en su conocimiento los primeros fraudes investigados. En síntesis, alrededor de la mitad de las revistas comprometidas en la difusión de los plagios.
Hace unas semanas, desglosamos la composición de la otra parte involucrada, la de investigadores y publicaciones plagiadas:
De este supuesto centenar de intelectuales esquilmados hemos recibido respuesta de muy pocos, incluido el socialmente prescripto agradecimiento formal por el aviso. Sobre 48 (cuarenta y ocho) firmas de autor sólo tuvimos atenta noticia de 2 (dos): Patricia Sacipa Rodríguez y Joseph L. Scarpaci Jr. Del resto, apenas otras 2 (dos) respuestas: Jhon W. Montoya, editor-traductor de un documento de circulación restringida y Graciela Castro, editora responsable de la revista Kairos.
Entonces, la mitad de los responsables de fraude y sólo cuatro de cien víctimas de los plagios. No hace falta aplicar herramental estadístico para asumir que la diferencia es altamente significativa. Las conclusiones resultan interesantes.
Cortesanos y palafreneros
El plagio académico sólo parece tener mínima importancia para el plagiador descubierto con las manos en la masa y para la autoridad académica y/o editor responsable de su publicación y difusión. La relevancia del plagio en el ámbito del saber científico- social quedaría reducida, a lo sumo, al eventual perjuicio del buen nombre académico, la posición ocupada y/o la salud de la relación con autoridad superior.
En este último sentido, son muy interesantes algunos correos que, dirigidos a Plagio académico, recortan con absoluta claridad un paradestinatario demasiado identificable con el jefe de turno de quien lo suscribe. Comunicaciones casi internas, lamentos, justificaciones y disculpas que parecen precisar de un tercero para ser efectuadas y que, casi siempre, nos encargamos de responder públicamente. El resultado mayoritario es la permanencia de los fraudes en las páginas de las publicaciones porque, en rigor, el plagio no es objeto de preocupación y se estima que un mea culpa políticamente correcto y remitido en privado a unos desconocidos resulta más que suficiente.
En cambio, para las víctimas del plagio no parece revestir interés alguno. Entre los autores, quién sabe pueda haber otros plagiadores que prefieran no pararse bajo unos haces lumínicos que pudieran revelar detalles invisibles en el claroscuro de la cotidianidad. U otros que consideren al plagio como una modalidad específica de reconocimiento intelectual y, por lo tanto, motivo de orgullo con independencia de las consecuencias científicas e implicaciones académicas.
En cuanto a la mayoría de los editores y más allá de la ocasional dirección en la que se consumen los robos, es posible que no le importen en absoluto unos fraudes cuya publicidad pueda amenazar la paz de sus pequeños asuntos y negocios. No vaya a ser cosa de que la defensa editorial de lo que ha publicado termine por develar que también su revista ha editado uno, diez, cien artículos plagiados. Quizás, porqué no, algunos puedan haber publicado bajo su propia firma y en las revistas que dirigen, trabajos birlados a terceros.
Es entonces cuando las grandilocuentes previsiones éticas, las instituciones legales, los eruditos comités editoriales, las rigurosas figuras del referato, los insoslayables números de ISSN, los reconocimientos internacionales, los galardones rimbombantes y las adscripciones a redes de toda extensión y naturaleza semejan los ilusorios paños que unos cuantos estafadores dicen haber tejido y que quienes tienen algo para callar y algo para perder, dicen haber apreciado en todo su esplendor:
"Todas las gentes lo vieron desnudo y, como sabían que el que no viera la tela era por no ser hijo de su padre, creyendo cada uno que, aunque él no la veía, los demás sí, por miedo a perder la honra, permanecieron callados y ninguno se atrevió a descubrir aquel secreto. Pero un negro, palafrenero del rey, que no tenía honra que perder, se acercó al rey y le dijo: 'Señor, a mí me da lo mismo que me tengáis por hijo de mi padre o de otro cualquiera, y por eso os digo que o yo soy ciego o vais desnudo'".
Hacia el final del día queda lo que queda del día: las vanidades de algunos emperadores académicos que se pasean entre halagos, alegremente y en pelotas.
Con estas reflexiones finalizamos la publicación del caso que investigamos durante más de tres años y que se materializó en cuarenta y nueve entregas a lo largo de los últimos casi nueve meses.
En el futuro, esperamos poder ofrecer nuevos artículos acerca de nuevos casos de plagio académico, seguramente menos extensos que el que nos ocupó hasta la fecha.
Hasta siempre.
"-Patronio, un hombre me ha propuesto un asunto muy importante, que será muy provechoso para mí; pero me pide que no lo sepa ninguna persona, por mucha confianza que yo tenga en ella, y tanto me encarece el secreto que afirma que puedo perder mi hacienda y mi vida, si se lo descubro a alguien. Como yo sé que por vuestro claro entendimiento ninguno os propondría algo que fuera engaño o burla, os ruego que me digáis vuestra opinión sobre este asunto.
"-Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para que sepáis lo que más os conviene hacer en este negocio, me gustaría contaros lo que sucedió a un rey moro con tres pícaros granujas que llegaron a palacio".
Hace casi siete siglos que el infante Juan Manuel incluyó esta famosa historia -seguramente anónima y mucho más antigua- en El Conde Lucanor bajo el título “Lo que sucedió a un rey con los burladores que hicieron el paño”.
Como se sabe, pícaros, granujas y burladores siempre hubo, asimismo negocios provechosos basados en secretos compartidos y cantidad de gente dispuesta a sostener engaños afirmando que ve maravillosos trajes donde sólo hay desnudeces rotundas.
Plagiarios y plagiados
Ya señalamos que en nuestro trabajo identificamos y constatamos 33 (treinta y tres) fraudes suscriptos por Ricardo Ramírez Suárez y publicados por 19 (diecinueve) revistas académicas y también mencionamos otros 10 (diez) textos firmados por el falso autor y editados por otras 7 (siete) publicaciones.
Si bien estas revistas e instituciones no estaban en modo alguno obligadas a responder nuestros envíos, la cantidad de respuestas recibidas y oportunamente publicadas superó nuestras expectativas iniciales. Más allá de sus diversos caracteres y resultados, 11 (once) publicaciones involucradas nos remitieron algún acuse de recibo: 9 (nueve) desde la apertura de este sitio y otras 2 (dos) a mediados de 2004, cuando pusimos en su conocimiento los primeros fraudes investigados. En síntesis, alrededor de la mitad de las revistas comprometidas en la difusión de los plagios.
Hace unas semanas, desglosamos la composición de la otra parte involucrada, la de investigadores y publicaciones plagiadas:
El conjunto de estos artículos y reseñas plagia el trabajo intelectual de al menos 48 (cuarenta y ocho) autores y 6 (seis) traductores, sin contar un mínimo de otras 20 (veinte) firmas institucionales no personalizadas ni de otros 14 (catorce) coordinadores, compiladores e introductores probablemente esquilmados. Por otra parte, los textos plagiados que hemos podido identificar suman 61 (sesenta y uno) y se hallan previamente publicados en 17 (diecisiete) revistas académicas, 5 (cinco) diarios y revistas no académicas, 6 (seis) catálogos de librerías y editoriales, 10 (diez) libros y 19 (diecinueve) documentos de universidades, fundaciones, asociaciones, centros de investigación, etc.La suma total es de 145 (ciento cuarenta y cinco). Convengamos que los coordinadores plagiados son sólo probables, que por convención los catálogos editoriales "plagian" fragmentos de los autores publicados, que algunos nombres han de repetirse y que a otros no hemos podido alcanzar con nuestros envíos. Supongamos, redondeando, que las víctimas enteradas de estos plagios por nuestro intermedio sean solamente cien.
De este supuesto centenar de intelectuales esquilmados hemos recibido respuesta de muy pocos, incluido el socialmente prescripto agradecimiento formal por el aviso. Sobre 48 (cuarenta y ocho) firmas de autor sólo tuvimos atenta noticia de 2 (dos): Patricia Sacipa Rodríguez y Joseph L. Scarpaci Jr. Del resto, apenas otras 2 (dos) respuestas: Jhon W. Montoya, editor-traductor de un documento de circulación restringida y Graciela Castro, editora responsable de la revista Kairos.
Entonces, la mitad de los responsables de fraude y sólo cuatro de cien víctimas de los plagios. No hace falta aplicar herramental estadístico para asumir que la diferencia es altamente significativa. Las conclusiones resultan interesantes.
Cortesanos y palafreneros
El plagio académico sólo parece tener mínima importancia para el plagiador descubierto con las manos en la masa y para la autoridad académica y/o editor responsable de su publicación y difusión. La relevancia del plagio en el ámbito del saber científico- social quedaría reducida, a lo sumo, al eventual perjuicio del buen nombre académico, la posición ocupada y/o la salud de la relación con autoridad superior.
En este último sentido, son muy interesantes algunos correos que, dirigidos a Plagio académico, recortan con absoluta claridad un paradestinatario demasiado identificable con el jefe de turno de quien lo suscribe. Comunicaciones casi internas, lamentos, justificaciones y disculpas que parecen precisar de un tercero para ser efectuadas y que, casi siempre, nos encargamos de responder públicamente. El resultado mayoritario es la permanencia de los fraudes en las páginas de las publicaciones porque, en rigor, el plagio no es objeto de preocupación y se estima que un mea culpa políticamente correcto y remitido en privado a unos desconocidos resulta más que suficiente.
En cambio, para las víctimas del plagio no parece revestir interés alguno. Entre los autores, quién sabe pueda haber otros plagiadores que prefieran no pararse bajo unos haces lumínicos que pudieran revelar detalles invisibles en el claroscuro de la cotidianidad. U otros que consideren al plagio como una modalidad específica de reconocimiento intelectual y, por lo tanto, motivo de orgullo con independencia de las consecuencias científicas e implicaciones académicas.
En cuanto a la mayoría de los editores y más allá de la ocasional dirección en la que se consumen los robos, es posible que no le importen en absoluto unos fraudes cuya publicidad pueda amenazar la paz de sus pequeños asuntos y negocios. No vaya a ser cosa de que la defensa editorial de lo que ha publicado termine por develar que también su revista ha editado uno, diez, cien artículos plagiados. Quizás, porqué no, algunos puedan haber publicado bajo su propia firma y en las revistas que dirigen, trabajos birlados a terceros.
Es entonces cuando las grandilocuentes previsiones éticas, las instituciones legales, los eruditos comités editoriales, las rigurosas figuras del referato, los insoslayables números de ISSN, los reconocimientos internacionales, los galardones rimbombantes y las adscripciones a redes de toda extensión y naturaleza semejan los ilusorios paños que unos cuantos estafadores dicen haber tejido y que quienes tienen algo para callar y algo para perder, dicen haber apreciado en todo su esplendor:
"Todas las gentes lo vieron desnudo y, como sabían que el que no viera la tela era por no ser hijo de su padre, creyendo cada uno que, aunque él no la veía, los demás sí, por miedo a perder la honra, permanecieron callados y ninguno se atrevió a descubrir aquel secreto. Pero un negro, palafrenero del rey, que no tenía honra que perder, se acercó al rey y le dijo: 'Señor, a mí me da lo mismo que me tengáis por hijo de mi padre o de otro cualquiera, y por eso os digo que o yo soy ciego o vais desnudo'".
Hacia el final del día queda lo que queda del día: las vanidades de algunos emperadores académicos que se pasean entre halagos, alegremente y en pelotas.
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Con estas reflexiones finalizamos la publicación del caso que investigamos durante más de tres años y que se materializó en cuarenta y nueve entregas a lo largo de los últimos casi nueve meses.
En el futuro, esperamos poder ofrecer nuevos artículos acerca de nuevos casos de plagio académico, seguramente menos extensos que el que nos ocupó hasta la fecha.
Hasta siempre.